Fue el cumpleaños número 80 del gran Hayao Miyazaki, te contamos sobre él.
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Hayao Miyazaki, el rey mago más célebre, influyente y admirado de Japón, cumple 80 años y sigue en activo, preparando el que será su duodécimo largometraje, ¿Cómo vives?, cuyo estreno está previsto para 2022 o 2023. Tras anunciar varias veces su retiro, este antiguo estudiante de Economía nacido en Tokio el 5 de enero de 1941 se resiste a soltar el lápiz como responsable de varios hitos de la animación contemporánea y cofundador del Studio Ghibli, un imperio del entretenimiento japonés que poco tiene que envidiar a la todopoderosa Disney.
Desde mediados de los años 80, cuando dirigió Nausicaä del Valle del Viento, este maestro de apariencia amable pero carácter tan tozudo, huidizo y gruñón como el de algunos de sus personajes, ha creado un universo propio a medio camino entre la influencia europea y la tradición japonesa.
Películas como Mi vecino Totoro, El viaje de Chihiro y La princesa Mononoke, auténticos prodigios del detalle animados a mano, hablan por sí mismas, pero para repasar los hitos de su trayectoria, sus influencias y obsesiones temáticas nada mejor que Cómo piensan los niños y otros recuerdos de mi vida, libro editado recientemente por la editorial Confluencias. Allí se reúnen apuntes, conferencias y entrevistas con cineastas como Akira Kurosawa o dibujantes como Moebius, textos de distintas épocas y propósitos entre los que se vislumbran los verdaderos trazos que sostienen la creatividad de este apasionado artesano ganador de dos Oscar, uno de ellos honorífico, del Oso de oro de Berlín y del León de Oro a toda su carrera en Venecia.
«Los manga de Osamu Tezuka fueron una fuente de coraje para el niño cohibido que yo era. Creía que él conocía todos los secretos del mundo». Así describe Miyazaki su relación con el conocido como el Dios del manga, en cuyas historietas se refugió durante una niñez particularmente difícil, en la que estuvo postrado en cama durante largas temporadas debido a una grave enfermedad. Su sueño era emular a su ídolo hasta que, mientras preparaba su ingreso en la Facultad de Economía, la animación se cruzó en su camino. «Me enamoré por primera vez del anime cuando vi La leyenda de la serpiente blanca. Todavía recuerdo la sensación de angustia que sentí ante la increíble belleza de la joven protagonista femenina y cuánto deseé ver la película una y otra vez».
Es una de las máximas de Miyazaki, que ha construido su universo creativo a partir de una estética que combina el hiperrealismo en los escenarios y el diseño de los personajes humanos con el derroche de imaginación de criaturas y seres fantásticos. «El animador debe crear una mentira que parezca real para que los espectadores piensen que un mundo dibujado podría existir», dejó escrito en 1979. Es uno de los pilares de su estética de línea clara y colores puros, que ha ido evolucionando a lo largo de los años y tomando alguna que otra deriva, como la de Ponyo en el acantilado.
«Siento como si fuera el gerente de una fábrica de cine. No soy un ejecutivo, más bien soy como un capataz, como el jefe de un equipo de artesanos», afirma en uno de sus escritos.
Tras pasar por la Toei Animation, donde conoció a Isao Takahata, el responsable de Heidi y Marco, ambos fundaron el Studio Ghibli para dar cabida a sus propias creaciones. Allí, ataviado con su inseparable mandil de dibujante, Miyazaki ha establecido un método que depende por entero de su flujo creativo. Cuando decide poner en marcha una película, sus bocetos son el punto de partida para el trabajo de un equipo que ha llegado a tener a 400 personas pendientes de sus indicaciones y su guion gráfico. «Requiere un gran esfuerzo crear trabajos significativos que den vida a la animación. Es como verter agua limpia, gota a gota, en un flujo de agua turbia», dice casi en forma de haiku.
Más allá de los colores, los trazos y el trasfondo fantástico de la mayoría de sus películas, las constantes creativas de Miyazaki se mantienen inalteradas en el tiempo. Aunque en él late el deseo de romper las convenciones («Las películas fáciles de entender son aburridas, las tramas lógicas sacrifican la creatividad», llega a decir en la más que recomendable serie documental 10 años con Hayao Miyazaki), la prioridad absoluta es que su público, ya sea adulto o infantil, pase un buen rato.
«Quiero retratar la realidad de los niños en el Japón de nuestros días -incluyendo sus deseos- y hacer películas que les inspiren un entretenimiento sincero. Esto es algo fundamental, una cosa que no debemos olvidar nunca. Si lo hiciéramos, nuestro estudio se derrumbaría»,
Esto contraviene las más obvias reglas de la industria audiovisual, cada vez más volcada en ofrecer un infinito bucle de nostalgia y mercadotecnia que se retroalimenta con segundas y terceras partes, spin-offs y remakes. «Nosotros no hacemos secuelas […]. La gente intenta continuar con esta línea, pero nosotros lo evitamos de manera consciente. Para bien o para mal, no cogemos el camino fácil». Esto demuestra, una vez más, que los principios de Miyazaki tienen que ver más con la creatividad que con el negocio.
Su ecologismo militante queda de manifiesto tanto en sus películas como en sus textos, en los que reclama la necesidad de cambiar de perspectiva y ver el mundo a través de los ojos de los árboles y los insectos. Siguiendo las premisas del escritor Henry David Thoreau, cuando está preparando una película suele retirarse a una cabaña en la montaña, donde hace la comida, lava la ropa, corta árboles y, sobre todo, pasea en completa soledad.
«Mis días son una repetición de estas actividades. Paseo por el mismo sendero cada día, el paisaje puede parecer completamente distinto según los rayos de luz y el modo en el que sopla el viento. Siempre estoy descubriendo cosas nuevas». En todas sus historias se habla de manera más o menos evidente del conflicto entre los seres humanos y la naturaleza, acogedora y temible a partes iguales.
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